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YÓ

Uso estas líneas para desahogarles mis opiniones personales, para ver mis palabras encontrarse con laberintos, escribirles de mi presente, mi pasado y mi infinito. Gracias por viajar conmigo.

@Carreyó

Mismo día, mismo mes,                                                                 treinta y dos años después…

22/9/2017

1 Comentario

 
Desde el lunes llevaba un sentimiento colgando en la espalda mientras iba tarde a trabajar. A punto de entrar a un vagón del metro siento que me empujan de más. Con mis oídos concentrados en el nuevo disco de Foo Fighters y ensardinado entre el tráfico personal mañanero dejan de sonar mis audífonos. “¡Me robaron el celular!” grité. Con todo y que lo tenía en el bolsillo de enfrente el astuto ladrón me empujó mientras jalaba de abajo a arriba los audífonos con ellos mi herramienta de trabajo y los policías no ayudaron en nada más que para desorientarme a la delegación, donde me pasaron otra dirección para hacer el reporte y así poder checar cámaras. 
 
Anteriormente me hubiera enojado como pasó hace unos años en España, quizás tendría un final feliz, pero esta vez lo dejé ir sabiendo que sería solamente un final de otro black mirror más.
 
El martes iba camino a la sociedad de autores y compositores de México (SACM) a ser testigo de una clase maestra por Roberto Cantoral. Cuando estaba por sacar la bicicleta, suena la alerta sísmica...

 “Espero y si sea un simulacro”, pensé. Ya que justamente aquel día había sido el terremoto en 1985, hace exactamente treinta y dos años después.
 
“Efectivamente fue un simulacro”, seguí esperando.
 
Llegué a una clase interesantísima sobre derechos de autor, y entre preguntas y respuestas de alumnos del taller, vidrios dentro del salón comenzaron a bailar. Sin pensarlo, sin expresarlo, todos los asistentes salimos como instinto pero apresurándonos ansiosamente de la planta baja, afuera del salón empezaba a sonar la alarma sísmica un segundo atrasada.
 
Al entrar al patio podía ver en el edificio principal a los oficinistas salir en manadas hasta que uno empieza a cubrirse la cabeza, todo parece indicar que estoy dentro de una muy mala película de miedo, en 5D, en carne y hueso. Ventanas crujieron y vi cómo lo que alguna vez fue una edificación preciosa hecha por un hombre salta de clavado a la piel de otro con sus cristales.
Inmediatamente sentí cómo si sacudieran la alfombra y yo estaba encima, pero esta grama no era sintética, ni voladora.
 
Entre suspiros y emociones nuevas de adrenalina nos acumulamos en el inhabitable jardín principal, el que se lleva creo el mayor porcentaje de los gastos de mantenimiento de la sociedad.
 
Esperamos en el jardín por dos horas viendo videos de lo sucedido, reportando mi supervivencia y buscando la de los míos. Todo bien, excepto un amigo que no aparecía. Luego de varios intentos logramos comunicarnos con su novia, quien dijo: “A Benja se le cayó el estudio.” Pensé lo peor, esperé lo mejor.
 
Sin transportes públicos disponibles pensaba pedalear los cuarenta minutos de recorrido que indicaba el Google maps pero me ofrecieron aventón dos colegas. Llegando a la condesa, donde se habían caído varios edificios, casi salto del auto antes que se estacionara para interceptar la puerta de entrada al edificio de mi amigo. Luego en el pasillo me encuentro al Benja con un cigarrillo por empezar a dar el tour a las cicatrices de sus paredes. El polvo sacudido de años acumulados descansa en el suelo y su estudio, que entendía por caído y se refería al desacomodo de las cosas solamente, por suerte. Dentro del depa también me encuentro a mi amiga Isabel que me enseña un video de su cuarto desordenado entre espejos rotos, paredes-ventanas y mosaicos suicidas. Imposible de habitar. 
 
Me despedí al encontrar su seguridad con la intención de ir a ayudar a los demás necesitados. Llegando al parque España me encuentro con calles cerradas y militares dirigiendo el tráfico. Llego con una señora a preguntar lo necesario y publicarlo para luego comprar mi porción.
Luego de transportar víveres en mi bicicleta, la estacioné antes de que me cobraran más de los cuarenta y cinco minutos permitidos.
 
Cuando estaciono en la ciclo-estación más cercana me doy cuenta que está apagada, y no puedo volver a sacarla. Decidí caminar desde el parque y me encuentro con una hilera de personas removiendo pedazos de pared del Plaza Condesa (recinto donde he visto a increíbles artistas) que obstruían la calle de Nuevo León.
 
“Una organización civil nata entre mexicanos y extranjeros se ha organizado para arreglar SU ciudad lo antes posible, hay belleza en el desastre”, pensé.
Seguí caminando y fui testigo de lo que creo que fue un robo, y al hablarle a un militar distraído en el tráfico no le interesó mucho acudir al socorro mientras el ladrón le quitaba la bicicleta a un señor que ayudaba a remover las rocas.
 
Me acordé del robo del metro y me hierve la sangre. Hay héroes y villanos en esta película que parece más bien pesadilla. Algunos aprovechan para expandir el mal, y otros para repararlo.
 
al llegar a casa me encuentro con que solo se movió una lámpara de noche. Cargué un poco el celular, comí lo que encontré y volví a la calle.
 
Se hizo de noche y al regresar a la Condesa me encuentro que falta luz a la mitad de la colonia. La única iluminación que tengo viene de lo que ahora entiendo es mi superpoder, la bici, y solo tengo cuarenta y cinco minutos para usarla. La película es aún más real pasando al ver linternas entre multitudes concentradas en su trabajo, personas estorbando, restos de concreto, comida y medicamentos circulando.
 
Llego al parque México donde encuentro una cadena de rescatistas comunes y corrientes pasando víveres y medicamentos de todo tipo para organizarlo en el centro del parque. Hay una planta eléctrica y un chico dando indicaciones confusas en un alto parlante. Me dirijo a preguntar por sexta vez atinando donde puedo transportar lo necesario junto a otros ciclistas que encuentro en el camino.
 
Nos encargan sándwiches para dar en un albergue cerca. Sentí la responsabilidad de estar llevando la joya más preciada del mundo, que de mi dependía el alimento de otros que le urgen. Tenia que evadir los baches, las aberturas, el caos sin desperdiciar un solo sándwich dentro de tres bolsas que cargaba. Llegué al albergue con una perdida de bolillo, morí un poco.
 
Seguí siendo transporte luego de medicinas entre centros de acopio alrededor de la condesa y la roma, ya que no quería obstruir más tráfico de lo necesario a lugares más lejanos. No había luz por ende no habían semáforos, pero civiles voluntarios intentaban dirigir el tráfico, podía ver al que se tomaba la selfie con el edificio derribado, pero luego veías unas personas con guantes y cascos removiendo escombros ó entrando los que pudieran en diferentes transportes para ir a zonas de desastre. Sentimientos agridulces.
Llegué a cenar en casa a media noche, y me llega mensaje del app “Busca mi iPhone” con la dirección de mi aparato robado en la colonia Doctores. “Lo reporto mañana” pensé. Seguía algo alterado por el temblor y me costó dormir, cada sonido durante el día me recordaba a la alarma sísmica, instintivamente lo confundía. Logré dormir.
 
Me levanté a desayunar rápido y a seguir ayudando. Como si ya todo lo demás pasara a segundo plano. Mi amiga Mariana se organizó después de no haber dormido nada y pedía medicamentos para un centro de acopio al igual que más cascos y guantes por medio de un chat. Luego de buscar en varias tiendas, solo logré conseguir medicinas y junto a mi vecino llevamos varios víveres al centro de acopio donde se encontraba Mariana. Logré conseguir mi superpoder y me dieron una nueva misión con el material de curación y una misión casi imposible: darle los medicamentos a una ambulancia.  
 
Busqué extensamente entre la Roma y Condesa, y cuando encontraba una no había manera de detenerla ó alcanzarla. Pedaleé hasta que al fin encontré una estacionada y los paramédicos lo agradecieron mucho. Volví a perder mi superpoder y me escribe mi exnovia que recién aterrizaba a la ciudad y me quería ver para tener el cierre definitivo.  
 
Fue lo que fue, es lo que es y será lo que será. La vida continúa entre otra muerte más. A vivirla mientras se respira que algún día se nos va.
 
No estamos tan desconectados, pero mi pregunta es: ¿Aprenderemos de los golpes?
 
Quiero pensar lo mejor, que tendremos más conciencia con nuestros actos y estilo de vida. Hoy recibí mis treinta años dentro de una cadena humana de transporte de víveres y medicamentos, ayudando a algo más grande que yo y no hay mejor sentimiento.
 
¿Cómo ayudar inmediatamente?
https://www.cruzrojamexicana.org.mx/

¿Cómo cuidar del planeta para que no se sacuda tan feo?
Reciclando, evitar comer carne ó consumir plástico, andar a pie, en bicicleta ó transporte público. Si utilizas el auto que valga la pena y transporta a más personas. No malgastar el agua ni la electricidad. Cuida la flora y la fauna. 

A continuación un video con los tips resumidos y una canción para ponernos a pensar de esta situación.  

Escribe en los comentarios un cambio de en tu rutina que puedes aplicar HOY para salvar el mundo. 

1 Comentario
Edna Atenea
24/9/2017 07:22:59

Hola Carreyo!!!
Me encantó tu relato, me sentí súper identificada con él, muchas felicidades por compartir tus 30 años de la mejor manera, ayudando a los demás!
Soy ambientalista de corazón y por vocación, pero uno de los cambios más fuertes en mi rutina ha sido motivar a los demás a efectuar estos cambios, a través de talleres: cultura del agua y reciclaje y creo que no hay nada mejor que sembrar esas semillas de conciencia ! Un gran abrazo! :)

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    Por acá escribo lo que me duele, me confunde, lo que me mueve y lo que no sé como cantar. 

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